viernes, 11 de julio de 2008

(in)Visibles bajo el sol

Con esta vena exhibicionista que tengo y cada vez que voy a la playa busco un sitio determinado lejos de mucha gente.
Bien es cierto que en la playa de San Lorenzo, con cuarenta toallas por metro cuadrado es complicado. Para tres días de sol que tenemos.

Ayer fui a la playa por primera vez este verano, caminé y caminé para alejarme de padres y madres, niños con pelotas y palas, adolescentes jugando a las cartas y forofos del deporte que no paran de darle al volley ni con treinta grados y una solanera de justicia.

Encontramos (que a la playa siempre se fue mejor acompañada) un sitio donde colocar las toallas. Un sitio genial con un cierto perímetro de soledad que nos permitió hablar de lo que nos dió la gana sin que los compañeros de bronceado se enteraran.

Y allí estábamos, dos mujeres al sol y a nuestro alrededor más mujeres en grupos. Vuelta y vuelta para que el moreno quede uniforme y con las menos marcas posibles. ¡Bendito nudismo!

Como soy una cotilla irrecuperable, miraba los comportamientos de la gente que estaba allí tirada y todo era tan normal... Me explico, yo te echo crema, me la pones tú a mí. Charlamos, te comento lo bien que te queda el bañador o que te están mirando los del paseo. Nos reimos, te quito unos granos de arena que se te pegaron en el pecho...
Hay contacto más allá del apretón de manos, del abrazo, del beso en la mejilla, de lo que establecen las reglas de cortesía.

Tumbadas y medio desnudas todas éramos iguales, todas lesbianas o heteros o bisexuales. Ningún comentario, ningún índice señalando lo diferente. Nada.

Nunca me sentí más visible siendo tan invisible.

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