viernes, 6 de marzo de 2009

Lenguas, manos, piernas... placer.

Me quedó sugerente el título, a que sí.

No sé lo que estais esperando después de leer todo esto, pero lo que voy a contaros es la tercera entrega del mini-serial de mi historia de amor, desamor y sexo con Margot.

Para las que no lo recordeis nos encontrábamos en el décimo baile y yo ya le había dicho que no me iba con ella a su casa. Es cierto lo de las lentillas, pero también lo es que he dormido con ellas puestas muchas noches y no tengo un ojo de cristal. Lo que pasa es que soy tímida. De verdad, soy una mujer tímida aunque parezca todo lo contrario. Y qué quereis... me daba corte ir a su casa, ella tan divina de la muerte y yo que, como dijo ex-chaval, iba hecha un trapillo. ¿Qué quereis?, me dan esos puntos.

El caso es que a las mil de la mañana nos fuimos a casa, cada una a la suya, repito. Yo otra vez con el número de teléfono guardado en un bolsillo del pantalón.

Pasó una semana y yo no llamé. El viernes salimos de nuevo y de nuevo volví a verla. De hecho esperaba verla porque me había arreglado, me había pintado el ojo y estrenaba tanga.
Un hola, un pico, un cerveza... Charlamos mientras el volumen de la música lo permite. Hablamos de tíos, de tías, de noches de juerga, de experiencias, de libros, de pelis. Quedamos para ir al cine al día siguiente.
La noche avanza, y con la noche las caricias se hacen más atrevidas, los besos más largos, las lenguas más largas, las manos más largas. Todo se alarga.

Salimos de un bar camino de otro bar. Nos besábamos por la calle, nos reíamos, nos tocábamos y sí, la gente nos miraba raro. Ella le enseñó el culo a un grupo de tíos que nos llamaron tortilleras. Echamos a correr.

Paramos en un portal de la Gran Vía. ¿Subes? - me preguntó. Es tarde - contesté. Y luego lo será más - replicó dejandome sin respuesta. Así que subí.

Ni siquiera me fijé en como era la casa. Vivía, por lo que me dijo con dos chicos más que iban con ella a la facultad. Estaban por ahí de juerga, o eso supuse cuando sacó dos cervezas de la nevera y me pidió que me sentara en el sofá.
Seguimos hablando, seguimos besándonos. Yo dejaba que sus manos desabrocharan botones, que tiraran de las mangas del jersey, le dejaba hacer todo lo que quería... y es que yo no sabía que hacer.

No, no os riais, era la primera vez. Con los tíos siempre había sido muy fácil, el resorte estaba ahí, al alcance de la mano, pero esto era distinto, aquí no había resorte y sólo podía guiarme por lo que yo experimentaba.

Más cervezas y menos ropa cada vez. Debían ser las seis de la madrugada cuando se abrió la puerta y entraron sus compañeros de piso. Se rió. Me vestí y salí por la puerta diciendo: Entonces nos vemos a las ocho en la plaza de los Cubos...
Caminé por la calle hacia el metro y me fui a casa. Todavía podía sentir sus manos, su lengua en mi cuello.

Venga confesadlo, esperabais sexo. Pues no, no llegó el momento. Sé que el título prometía más de lo que habeis leido, pero... ¿quién dice que el placer es sinónimo de orgasmo?

2 comentarios:

isa dijo...

Aaaah,¡qué interesante está!, pero esta historia seguirá eeeh?

Anónimo dijo...

Tú te crees que a las 1:46 de la madrugada me puedes dejar asi??
Con la imaginación que yo tengo??

Ya te puedes poner a destajo con los siguientes capítulos....
besin