miércoles, 16 de febrero de 2011

Después de San Valentín

Me di cuenta hace unos minutos que la entrada anterior la hice el día de San Valentín. El no haberme enterado hasta ahora os puede dar una idea de lo que me importa a mí esa fecha. Nada. Y lo cierto es que parece que la gente que me rodea lo celebra de la misma manera, osea de ninguna manera.

Hace mucho, pero mucho tiempo tuve un novio (madre, que mal suena eso) que sí que lo celebraba, así que os podeis hacer idea del chasco que se llevó el pobre cuando apareció con un regalo y yo le miré con cara de póker (parecida a la de Lady Gaga pero sin pelucón y con algo encima además de unas bragas).

Y es que llevo muy mal lo de los regalos. Me encanta hacerlos, me encanta pensar y pensar qué puede gustarle a alguien y darme vueltas y vueltas por un montón de tiendas hasta encontrarlo sin pasar por el Corte Inglés. Pero cuando me hacen alguno no sé como reaccionar y sobre todo si no me lo espero, entonces es fácil que en vez de dar gracias me salga un: "Para qué me compraste nada??? Eres idiota" Conste que esto lo digo con una sonrisa y a veces hasta con lágrimas en los ojos.

Pero a lo que iba con lo de San Valentín, las parejas salen de cena, se dicen lo mucho que se quieren y se gastan una pasta en un regalo. Incluso hablan. En serio, es lo que pasa muchas veces en esas cenas. Se dicen lo que otros días no harían con la excusa del amor.
Y entonces es cuando se pide confianza porque no es nada cómodo el salir por ahí con alguien colgado de tu chepa. Cariño, confía en mí, no quiero a nadie más. Tú me llenas y hasta me rebosas...
Y si la cosa se pone muy seria acaba degenerando en un mosqueo considerable, sobre todo si se cena con vino y al llegar a los postres el nivel de alcohol en sangre a pasado de "el puntín" a la cogorza.
Por lo que se ve por ahí es el día del año que más se discute. Bueno el 14 de febrero y todas las navidades, vacaciones y puentes.

Mi noche fue como otras, cena en casa, peli y a roncar un rato en el sofá.

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